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sábado, 25 de junio de 2011

Siento como cae una pequeña lágrima que recorre mi mejilla cariñosamente. No pretende hacer daño ni tampoco molestar, sólo pretende caer y desaparecer. Cuando juguetea por la punta de mi barbilla, oscilando curiosamente, la cojo y no la dejo escapar. La miro incrédula, parece una perla, un diamante precioso que brilla como las estrellas. No puedo dejarla caer, ni mucho menos desaparecer. Pienso entonces porque esta pequeña, tan insignificante e indefensa, lágrima causa tanto dolor al caer si acaricia tan dulcemente el rostro, porque asociamos el desconsuelo más intenso en unas lágrimas y un terrible sollozo. La miro, es un diamante, un precioso diamante de puro dolor. Grito, sollozo y se me corta la respiración. ¿Qué va mal? Todo parece perfecto. Miro alrededor, no hay nada. Otra lágrima cae lentamente por mi mejilla. Me tumbo. La noto, cosquilleante, caer por mi nariz y posarse en la punta jugueteando y haciéndome reír. La cojo cuidadosamente y le digo, lentamente, eres tú la que me escucha y hace desaparecer el dolor, la que me entiende, la que me hace reír, la que siempre esta cuando nadie quiere estar.


Eres tú, pequeña lágrima, la que nunca desaparecerá en los peores momentos y, la que en los buenos, se alegrará de mi felicidad.

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